lunes, 5 de octubre de 2020

La importancia de una buena corrección antes de publicar

Muchas veces llegan a mis manos obras ya publicadas de autores o autoras de los que no he leído nada y cuya  trayectoria desconozco, pidiéndome una opinión. Nada más abrir el libro por la primera página sabes si estás ante un autor que lleva tiempo escribiendo, que tiene cierta soltura y ha cuidado la expresión o, por el contrario, si el autor -independientemente de sí es o no un autor novel- ha descuidado por completo la técnica, quizás imbuido por el espíritu creador que le ha hecho abandonar todo análisis sobre su obra. Y es una pena. Una auténtica pena, tanto para el autor o autora como para los posibles lectores.

Con el auge de la auto-publicación y consecuente declive de las editoriales, la calidad de lo que se publica se sacrifica muchas veces en aras de buscar "el minuto de gloria" o bien acceder a un público no demasiado exigente en cuánto a redacción se refiere. Y aquí es donde entramos de lleno en la tarea de la corrección de textos, porque por mucho que tengas un público consolidado y, precisamente por tenerlo, la corrección no debe descuidarse, porque puede marcar la diferencia entre una novela "aceptable" o una "buena novela".

¿De veras piensas que tu novela no necesita un informe de lectura o, al menos, una segunda opinión que no sea la de tu familia o amigos?
¿Has pasado el corrector de word o bien algún otro sin darte cuenta de que el corrector detecta errores ortográficos pero no de expresión o de contenido?
¿Has contado las veces que repites el verbo haber? ¿Puedes decir que en tu novela no hay una sobreabundancia de gerundios, queísmos, adverbios acabados en mente, rimas o discordancias verbales?

También puede darse el caso de que tu redacción sea limpia y eficaz, tu expresión correcta y tu ortografía sin faltas pero la trama falle. Y esto es una pena aún más grande que la anterior, pues has invertido una cantidad considerable de tiempo y esfuerzo en escribir tu novela y, quizá prisionero de tu propia historia, no has sabido ver que esa trama que tan bien visualizabas en tu mente carece de fundamento porque no has sabido cimentar bien los capítulos anteriores para que la estructura se sostenga.

Y es que escribir una novela se parece, valga el símil, a construir una casa. A este respecto, los capítulos vienen siendo las habitaciones, estancias completas en sí mismas para pasar un tiempo pero que dependen, en su supervivencia, del resto de la estructura que conforma la casa y en la que todos los espacios son igualmente necesarios: desde el vestíbulo que nos abre la entrada a la trama hasta el baño con su desagüe, por el que deben irse las frases innecesarias, los rodeos, las expresiones grandilocuentes que entorpecen la lectura sin aportar nada a cambio. Y, siguiendo con el símil de la casa, no hay que desestimar los balcones o las ventanas, pequeños regalos a nuestra vista y que vendrían a ser las sub-tramas, los distintos personajes que van apareciendo en la obra para darle vida. 

Imaginemos que ya tenemos no solo la estructura correcta de la casa sino también  el acabado de cada cuarto, pero olvidamos quitar esos accesorios que sobran o bien añadir los últimos toques de decoración, y decidimos pasar al siguiente paso: el de la publicación. Si optamos por publicar una novela sin prestar atención a los detalles corremos el riesgo de que nuestro acto se parezca a una casa, quizá bastante bien construida, pero que carece de elementos no solo embellecedores sino que cumplen una función. Elementos considerados accesorios en una vivienda como pueden ser las cortinas en las ventanas, pero que de faltar harán que se  nos muestre una realidad sin cubrir, una realidad no velada, que puede distinguirse a simple vista, descubriéndonos la desnudez de unos personajes, a los que vemos ir de habitación en habitación en paños menores, por así decirlo, negándonos por tanto toda intriga sobre su persona e intenciones. Dicho en otras palabras: estaremos ofreciendo al lector una novela ya destripada, que no guarda ningún misterio por descubrir. Y cuando estamos hablando de cuidar la decoración y poner cortinas en las ventanas, también estamos hablando de esos armarios sin puertas o picaportes, esas camas con el somier al aire, o esas estanterías vacías que no ofrecen ninguna información sobre las personas,  personajes en este caso, que pueblan la vivienda, quiero decir la novela.


Pues esto es lo que pasa cuando por prestar atención a una de las partes perdemos la atención sobre el resto, porque para que una novela sea buena no solo hemos de tener una redacción cuidada y excelsa, sino una trama que se sostenga y haga saber que nos hemos esmerado en su estructura y sabido templar el ritmo desde el inicio hasta la última página, de modo que cuando nuestros invitados, los lectores,  cierren la puerta de esta singular casa que es el libro, la palabra "Fin" se escriba por sí sola.


Manuela Vicente Fernández ©







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